domingo, 17 de junio de 2012

Día 8, El Fin (1ª Parte)



Seguíamos en aquel edificio de oficinas, era de noche y a la mañana siguiente todo se acabaría, todo por lo que habíamos pasado, los amigos que habíamos perdidos y todo era para morir en una explosión.
Me levanté del sofá y me dirigí a la planta de abajo para enseñarles a los demás la carta. Vic me siguió, sus ropas estaban ensangrentadas y rasgadas, eran las típicas prendas que llegadas a ese punto sólo valdrían para trapos.
Llegué al vestíbulo y un Juan Carlos que me costaba reconocer, pues su cara sólo mostraba sufrimiento, se abrazó a mí, pero no tenía fuerzas para devolvérselo, sólo pude levantar la mano y ofrecerle la carta a Elia.
Me senté al lado de Rocío, que seguía inconsciente, tendríamos que explicarle lo de Adriano y también lo de la bomba, pero con delicadeza, no querríamos que entrara en shock otra vez.
Elia empezó a leer y lo que podía haber sido un momento de felicidad porque habíamos encontrado a Juan Carlos se tornó en un momento de desesperación. Conforme llegaba al final de la carta la voz de Elia se iba acortando, cada vez más leve y entre sollozos leyó el último mandato del general.
El pánico invadió al resto, íbamos a morir, nuestras esperanzas se habían ido, pues, que podríamos hacer nosotros frente a un ejército y contra una horda de zombies que poblaba la ciudad al mismo tiempo.
Jenni pidió que tuviéramos la mente fría, se levantó y se dirigió hacia el resto con un discurso esperanzador:

  • Nadie apostaría por nosotros, pero desde el primer día fuimos fuertes y salimos adelante. Yo misma tuve que huir por mi propio pie de la escuela en medio del caos, por suerte en mi camino me tope con Paula y Miguel y juntos rescatamos a Adrián y a Elia en mi coche. Sobrevivimos durante tres días en casa de Adri y poco a poco vimos como le llegaba la muerte a nuestros amigos, la primera fue Marta que está ahí fuera como uno de ellos y poco a poco han ido cayendo más y más. Pero somos fuertes y podremos sobrevivir a esta, trazaremos un plan de huida y saldremos de la ciudad antes de que caiga esa maldita bomba – con esas palabras Jenni terminó de hablar.
Desde mi punto de vista ahora era más alta y estaba lista para la batalla.

  •         Deberíamos intentar salir por los túneles del metro-. Dijo Aránzazu mientras se levantaba.
  •        Con un autobús podríamos intentar salir a la fuerza de la ciudad-. Jadeaba Silvia aún cansada por lo sucedido.

Entre gritos, todos dábamos ideas sin darnos cuenta de que Rocío había despertado y que asustada buscaba a Adriano. Paula se acercó a ella y con toda la delicadeza que salió de sus palabras, que era más bien poca, le explicó como Adriano se sacrificó una vez lo habían mordido para salvarnos a nosotros.
Rocío empezó a llorar, no había palabras ni actos que pudieran consolarla en aquel momento. Empezó a pegarle a Paula y esta solo se quedó inmóvil recibiendo los golpes, dejando que Rocío se des estresara. Poco a poco los golpes de Rocío fueron perdiendo fuelle hasta que sus golpes acabaron convirtiéndose en un abrazo y sollozos.

Al poco rato, Rocío estaba más tranquila y dispuesta a escuchar lo que teníamos que decir.
Julián le preguntó a Juan Carlos por Patricio, su perro, y este le respondió que Patricio seguía en el veterinario.
Arranqué un mapa que había en la pared y lo puse encima de una de las mesas que había allí. Llamé a Vic y a Ro para que me indicaran cuales eran los dos caminos opuestos que seguía en metro para ir a sus dos extremos. Con un bolígrafo trazaron en el mapa el recorrido del metro.
Solís dijo que lo mejor era salir por Olivar de quintos.
  •        ¿Estás segura Rocío?-. Le preguntó Cristóbal a Solís con tono de preocupación.
  •         Sí-. Respondió esta tajantemente.
     Julián intervino entonces apartándome de la mesa y se puso a observar el mapa.
  •         ¿Dónde está el veterinario?-. Pregunto Julián a Juan Carlos a la vez que señalaba el mapa.
  •        ¿¡Estás loco!?-. gritó Rocío. Era más una afirmación agresiva que una pregunta-. No puedes ir a por Patricio, mira a Adriano, si él no lo ha conseguido tu perro tampoco lo habrá hecho.
  •        Pero es nuestro perro y tenemos que ir a por él, no pienso dejarlo allí.
  •        Yo os acompaño-. Se incluyó Paula.
  •         Y ahora dime Juan Carlos, ¿Dónde está el veterinario?.
Juan Carlos se acercó al mapa y señaló una calle, no muy lejos de dónde nos encontrábamos, pero, teniendo en cuenta que había una horda de zombies a nuestras puertas y que el tiempo era oro aquella calle parecía estar muy lejos.
Con una voz que sonó pequeña y apenada Aránzazu dijo que quería acabar con Marta y dejarla descansar, era lo que Luís querría.
  •        Está bien, haremos tres grupos-. Dije como si yo fuera el capitán de un escuadrón y aquel fuera mi equipo-. Julián, Juan Carlos y Paula irán a por Patricio; Aránzazu y Silvia irán a por Marta, ¿Alguien quiere acompañarlas?-. Ro y Rocío levantaron la mano-. Pues el resto iremos al metro.
  •         ¿y cómo salimos de aquí?, estamos rodeados-. Con esta pregunta Nadia mermó un poco nuestros ánimos.
  •         Creo que hay unas escaleras de incendio en la ventana de arriba, podríamos bajar por allí-. Comentó Vic.
Jenni se sacó lo que parecía una granada del bolsillo.
  •         Podemos tirarla y abrir el camino, todavía tengo dos más, se las quité al militar que maté en Nervión.
Pues ya teníamos plan, nos repartimos las armas, me eché el arco a la espalda y me colgué las pistolas. Le di el rifle a Ro, ella sabía utilizarlo mejor que yo en las distancias largas.
Subimos a la planta de arriba, nos acercamos a la ventana y observamos que los zombies se habían esparcido, pero aún quedaban bastantes para no permitirnos salir.
Jenni tiró la primera granada cerca de la puerta para que pudiéramos salir. Al explotar hizo que pedazos de errantes pasaran volaran y los que estaban cerca de la explosión cayeran al suelo por culpa de la onda expansiva.
Empezamos a descender por las escaleras anti-incendios, nos separamos en grupos. Vi como cada uno iba en una dirección hasta que los perdí de vista, nos reuniríamos con ellos en Olivar de Quintos al salir el Sol.
La boca de metro estaba a tres calles de allí, solo había que girar dos esquinas. Empezamos a luchar, Nadia ya era una maestra del cuchillo, rebanaba cuellos como si hubiese sigo verdugo de la inquisición.
Cogieron a Jenni por detrás, Elia se acercó a ayudarla con la pala, pero no hizo falta, cuando estuvo a punto de morderla en el cuello, Jenni le hincó su cuchillo de caza en el ojo hasta el fondo, quedándose el errante quieto.
A Vic le encantó encontrar el stick en Nervión, daba placajes como si fuese una profesional del futbol americano y una vez los tenía en el suelo les rompía el cuello con el stick, en ese momento vi que era una canadiense.
Llegamos a la boca de metro y bajamos por las escaleras mecánicas con cautela, pues, no sabríamos lo que habría allí abajo. Para nuestra sorpresa no eran ni militares ni zombies, el nivel del agua había subido y al bajar a las vías vimos que nos llegaba por la cadera.
Empezamos a caminar por las vías de la derecha en dirección Olivar de Quintos mientras los cadáveres pasaban flotando a nuestro lado, no sabía ni lo que estábamos pisando, tenía la sensación de que allí no quedaba nada con vida. Escuché a Elia dar un grito de los suyos, al girarme vi que el zombie que había pasado flotando a mi lado la había agarrado del pelo y quería morderla, la hundió en el agua, perdí a Elia de vista, sólo veía la cabeza del errante fuera del agua y muchas burbujas a su alrededor, Elia luchaba por salir, pero su agonía se acrecentaba con el paso de los segundos. Solís le hundió la botella rota del tío pepe en la cabeza, pero Elia había dejado de moverse y no salía, Cristóbal se sumergió para buscarla y al primer intento logró dar con ella, Elia no respiraba. Lo ayudé a mantenerla fuera del agua mientras Vic, que era socorrista le practicaba un RCP. Los demás nos miraban asustados, se acercaban a ofrecer su ayuda pero la labor de Vic era tan intensa que ella sola podía reanimarla. Elia empezó a toser y a echar agua por la boca, había vuelto, estaba con nosotros, podíamos continuar con nuestro camino. Cristóbal se echó el brazo de Elia por encima, él la ayudaría a caminar.
Estábamos en la parada de Gran Plaza, empezábamos una cuesta abajo y el agua empezaba a subir, no sabía si seriamos capaces de llegar hasta el final sin que el agua nos cubriera, aún así y sin alentar a nadie, seguí caminando al lado de los demás.

***

Silvia, Aránzazu y Ro vieron con los demás se alejaban y se perdían entre la multitud de no muertos. Ellas sabían que Marta estaba allí entre todos esos viandantes sin alma, pero tenían que buscarla y sobre todo tenían que salir de allí, porque la explosión había limpiado la zona, pero atraería a más.
  •         Busquemos un edificio alto-. Propuso Ro mientras corrían a todo galope.
Silvia tenía la ballesta y con ella empezó a disparar a los zombies que se le interponían, con la mala suerte de no acertar al blanco, era inexperta. Aránzazu iba con su cuchillo como arma habitual, prefería correr de los zombies antes que matarlos, pero si uno se interponía entre ella y su meta no duraría en acabar con él. Ro, más violenta que sus compañeras, mataba todos los zombies que podía con la culata del rifle.
Entraron en un portal y atascaron la puerta con un par de sillones y unas mesas que había en el lugar.
Se tomaron un tiempo para descansar, no dijeron palabra alguna, iban a contrarreloj, podían conseguirlo, sólo tenían que ser rápidas.
Subieron a la azotea, en su camino, todo en silencio, no tuvieron problemas para llegar a la cima, empezaron a buscar, pero entra la muchedumbre no les resultaba ninguna cara familiar.
  •         Esto es peor que buscar a Wally-. Dijo Silvia para aliviar el sufrimiento y el miedo que tenían las tres.
Aránzazu rompió a reír, era una manera de des estresarse que a las demás no desagradó.
Ro apuntaba a la muchedumbre, y allí estaba ella, todavía conservaba su larga melena, pero se le había caído parte de la cara, tenía el brazo derecho roto y le faltaba un ojo.
Ro se preparó, respiró hondo y disparó. Marta descansaba en el suelo, no podrían darle sepultura, ya que no tenían tiempo y su cuerpo desaparecería tras la explosión.
Desanduvieron el camino recorrido hasta llegar a la puerta del edificio en el que se encontraban, podían salir con facilidad de allí, tan sólo tenían que correr unos cuantos metros hasta la boca de metro, pero todo no sería tan sencillo, empezaba a amanecer y los rayos del Sol brillaban como nunca antes lo habían hecho.
Salieron corriendo como si estuvieran recibiendo latigazos, vieron pasar sobrevolando la zona lo que parecían dos cazas, se detuvieron a observar, pero la velocidad que alcanzaban era tan alta que sólo pudieron ver unos reflejos. Sólo basto ese momento para que los zombies se les echaran encima, Silvia atravesó la cabeza de uno paralelamente al eje de su cuerpo con una flecha, lo hizo tan bruscamente que le rompió la mandíbula del golpe. Aránzazu estaba en el suelo, a punto de ser devorada, rodó sobre sí misma y se situó encima del errante, empezó a gritar y agarrando la cabeza del errante empezó a apretarle los ojos con los pulgares hasta que estos entraron en su totalidad en el cráneo del zombie. Se levantó y echó a correr para ayudar a Ro, Silvia y estaba allí, pero sólo asestaba golpes a los que se acercaban, Ro seguía agarrada de los brazos de muerto en lo que parecía una lucha de judocas, en cualquier momento caerían al suelo, pero no se sabía quién caería encima de quién. Aránzazu placó al zombie cayendo ambos al suelo, al ser arrancado el errante de los brazos de Ro este le arañó ambos brazos con su uñas, haciendo que la sangre corriera por sus extremidades hasta llegar a las manos.
Siguieron corriendo hasta llegar a la boca de metro. Una vez allí limpiaron las heridas de Ro, a ambos lados de los arañazos su piel se tornaba morada, debido a la infección.

  •        ¿Me convertiré por culpa de los arañazos?-. Preguntó Ro agitada por la carrera.
  •         No creo, siempre lo hemos visto como se convierten por culpa de los mordiscos. No creo que esto te afecte-. Respondió Silvia con aire tranquilizador.

Empezaron a caminar por el lado izquierdo de los túneles, pero a las tres les extrañaba que Julián, Paula y Juan Carlos no hubiesen llegado todavía.

***

Corrían por las calles que Juan Carlos había señalado en el mapa. En las manos de Paula, el martillo, Julián llevaba un cuchillo de caza de los militares, pero Juan Carlos llevaba el material pesado, sostenía entre sus manos una de las escopetas y haciendo de bandolera una ristra de balas. Juan Carlos iba a darlo todo, todo por Patri.
Giraron en la segunda esquina, ya veían en letrero del veterinario, la calle estaba desierta. Había un Jeep militar aparcado al lado del veterinario. Se pararon en seco y retrocedieron hasta la esquina que acababan de pasar.
  •         ¿Creéis que será una de las brigadas de exterminio? -. Preguntó Paula en un susurro.
  •         Tenemos que esperar-. Comentó Julián mientras miraba como si fuera un espía desde la esquina.
  •         No podemos esperar, van a arrasar la ciudad y yo no pienso dejar a Patri, vamos a entrar-. Ordenó Juan Carlos-. Vamos, coged las pistolas-. Cargó la escopeta y salió a correr.
Llegaron a la clínica, había sangre por todas partes, estaba coagulada y ennegrecida, por lo que Paula dedujo que llevaría ahí al menos un día.
Juan Carlos se puso la culata de de la escopeta en el hombro y empezó a andar, parecía salido de un juego de acción. Entró en la sala de espera, seguido por Paula y Julián, pero allí solo encontraron más sangre. Pasaron por el pasillo de camino a la consulta uno, había un camino de sangre, como si hubieran arrastrado a alguien, lo siguieron, se dirigía a la consulta dos.
Al entrar allí había un militar en el suelo, estaba vivo, pero a punto de morir por una mordedura.
  •         ¿Quiénes sois?, alejaos de mi o os dispararé-. Dijo el militar mientras les apuntaba con la pistola, sostenida por una mano temblorosa.
  •         ¡Tú no vas a disparar a nadie, cabrón!-. Le gritó Paula mientras con el martillo le golpeaba la mano que sostenía la pistola, cayendo esta al suelo.
  •         Estáis sanos, no estáis infectados-. Dijo el militar con dificultad.
  •         ¿Cómo puedes saber que no estamos infectados?-. Preguntó Juan Carlos con curiosidad.
  •    Por vuestros ojos. Si estuvieseis infectados las venas de vuestros ojos se pondrían oscuras, marcándose cada vez más. Yo estoy infectado, ¿Cómo tengo los ojos?.
  •         Totalmente rojos-. Contesto Julián.
  •         Entonces ya ha llegado mi hora-. Cogió la pistola del suelo y se la puso en la sien.
  •         ¡Espera!-. le gritó Julián cogiéndolo de la mano-. ¿Has visto a un perro de pelo marrón claro?-.
          El militar sonrió y señalo a la puerta que estaba enfrente de la habitación dónde se encontraban.
  •         Cogedlo, pero daros prisa si queréis intentar salir de aquí, mis compañeros vendrán a recogerme e inyectarme el antivirus, si os encuentran aquí os matarán y unos cazas bombardearán la ciudad a las dos de la tarde.
  •         ¿Has dicho que hay un antivirus?-. Preguntó Paula agitadamente.
El militar empujó a Julián y se metió un tiro en la sien.
  •         ¡Busquemos a Patri y salgamos corriendo de aquí!-. Gritó Juan Carlos mientras atravesaba la puerta de camino a la otra habitación.
Tras la puerta allí estaba Patri, lo habían alimentado, estaba todo lleno de excrementos y de comida. Aquel encuentro fue muy emotivo para sus dueños. Paula los observaba con alegría apoyada en el quicio de la puerta.
Se escucharon pasos, eran firmes y continuos, eran personas vivas, seguramente los amigos del suicida.
Julián cogió a Patri mientras Paula cerraba la puerta y Juan Carlos abría la ventana para salir de allí.
Salieron uno a uno, Paula estaba saliendo y Patri empezó a ladrar lo que hizo que Paula pegase un brinco y se golpeara con la ventana rompiéndose el cristal. El ruido alentó a los militares y entraron en la habitación disparando a bocajarro. Consiguieron huir y llegar hasta el jeep que estaba estacionado en la puerta.
  •         Subiros al jeep-. Ordenó Juan Carlos al mismo tiempo que les enseñaba las llaves.
Juan Carlos conducía, Julián iba en el copiloto con Patri y Paula se sentó atrás. Los militares no tardaron en salir y coger el otro jeep con el que ellos habían llegado.
La persecución había empezado. Juan Carlos giró a la derecha, el otro coche los seguía muy de cerca. Los zombies empezaron a aparecer, Juan Carlos los esquivaba como podía pero a algunos era inevitable atropellarlos, lo que hacía que el coche se desequilibrase por una decima de segundo.
Empezó el tiroteo, las balas silbaban por toda la calle, una atravesó el cristal del maletero y le rozó a Paula la oreja. Esta empezó a gritar, pero en vez de agacharse y taponarse la herida, cogió la escopeta y empezó a apuntar al otro coche.
Las balas iban ahora en las dos direcciones, cada vez había más zombies y a Juan Carlos le era imposible no atropellarlos o embestirlos y que volaran por encima del coche.
La luna del coche estaba llena de sangre y cada vez era más difícil conducir, giraba en cada calle a una velocidad de vértigo, pero eso les permitía hacer perder a los militares algunas balas.
Un errante voló por encima de jeep y cayó en la luna del coche que iba detrás, Paula aprovechó ese momento para dar un tiro certero al conductor y hacer que se estrellaran contra una esquina.
  •         ¡Frena, se han estrellado!-. Gritó Paula-.
El jeep se detuvo, Juan Carlos y Paula se bajaron del coche mientras Julián se quedaba con Patri.
Un militar salía arrastrándose del coche, iba desarmado y arrastrando un maletín. Paula le puso la escopeta en la cabeza del militar.
  •         Mátame, pero no servirá de nada, no conseguiréis salir de la ciudad con vida, tenemos cubierta las vías de los trenes para que descarrilen, patrullas cubriendo un perímetro fronterizo que rodea la ciudad y tanques en las salidas del metro.
Paula se llenó de ira y disparó, la cabeza del militar se deshizo en mil pedacitos llenando los zapatos de Paula de sangre.
Juan Carlos se acercó al coche, los otros dos militares habían muerto, tenían un coche y habían acabado con otro grupo de militares.
  •         Juan Carlos mira esto-. Paula llamó su atención y esta abría el maletín, dentro había dos viales de suero con la serigrafía de antiviral.
Lo cogieron y se metieron en el jeep. Tenían la cura pero iban a morir, todo estaba asegurado para que nadie saliera de allí. Habían rescatado a Patri y ahora les tocaba a ello avisar a sus amigos, ya que a la salida del metro no les esperaba la libertad, sino la muerte a modo de tanque.